La seducción de la nostalgia
educativa
The seduction
of educational nostalgia
Fátima María García Doval
Departamento de Pedagogía y Didáctica.
Universidad de Santiago de Compostela (España)
Resumen
La
percepción social de la realidad educativa, especialmente en lo que respecta a
los más jóvenes (su nivel de preparación, formas y usos sociales, disciplina,
capacidad de esfuerzo, etc.) se sitúa con frecuencia en una posición pesimista
que apunta a la degradación social y el futuro aciago. No obstante, echar la
vista atrás y asomarnos a la historia desde una óptica científica, así como un
análisis de los datos disponibles más allá del relato descorazonador, puede
mostrarnos una realidad más prosaica. Una realidad que se configura en una
constante trazable hasta donde los registros escritos alcanzan. La juventud es,
en esencia, como siempre ha sido. La imagen distorsionada que se proyecta de
nuestro presente responde a una serie de sesgos cognitivos bien estudiados en
la literatura científica, entre los que destaca la retrospectiva nostálgica.
Esta percepción comprensible y radicalmente humana dibuja una imagen mitológica
del pasado, en especial de aquel más reciente, plausible pero incorrecta. Como
resultado último se desata una respuesta de pánico moral que cierra el círculo
y retroalimenta el sistema. Para poder intervenir con eficacia y eficiencia en
las realidades socioeducativas es necesario buscar mayores cotas de
objetividad, tomando cierta distancia y asumiendo que nuestro presente no sea,
tal vez, tan rosa como nos gustaría, pero tampoco tan negro como a menudo se
pinta.
Palabras clave: historia de la educación;
sociedad; clima de la clase; concepto moral.
Abstract
The social perception of our educational
reality, especially with regard to younger generations (their knowledge and
skills, social ways and behaviour, discipline,
tendency to effort, etc.) is frequently placed in a pessimistic position that
points towards social decline and the dire future. However, looking back and
scrutinizing history from a scientific perspective, as well as an analysis of
the available data beyond this discouraging story, can show us a more prosaic
reality. A reality that is configured into a traceable constant as far as
written records reach. Youth is, in essence, as it has always been. The
distorted image of our present that is projected responds to a series of
cognitive biases well studied in scientific literature, among which nostalgic
retrospective stands out. This understandable and radically human perception
draws a mythological image of the past, especially the most recent one,
plausible but incorrect. As an ultimate result, a response of moral panic is
unleashed that closes the circle and feeds back into the system. In order to
perform effectively and efficiently in socio-educational realities, it is
necessary to seek higher levels of objectivity, taking a certain distance and
assuming that our present is not, perhaps, as rosy as we would like, but not as
black as it is regularly portrayed.
Keywords: History of Education; society; classroom
climate; moral concepts.
Introducción
Basta un simple paseo por cualquier periódico, foro docente o debate en
redes sociales para toparse, más pronto que tarde, con alguna queja airada o
lamento amargo al respecto de la juventud de hoy en día y los múltiples males
que la aquejan.
Son vagos y alérgicos al esfuerzo. Apenas saben nada, no tienen
conocimientos ni habilidades. Son delicados, blandos (García Navarro, 2017) y
“de cristal” (Balado, 2023). Carecen de objetivos vitales, de capacidad de
raciocinio, de madurez...
El referente implícito en la comparativa somos, por supuesto, nosotros,
los integrantes de generaciones ya talluditas, con
edad para ser sus padres o incluso sus abuelos. También sirven como vara de
medir las generaciones anteriores a la nuestra. La de nuestros propios padres y
profesores, que nos dieron una educación y una formación rigurosa, severa
incluso, pero necesaria.
Esta percepción, más o menos generalizada, inunda el discurso de no
pocos padres, docentes y ciudadanía. Sin embargo, su indubitada prevalencia
nada nos dice acerca de su verdadera naturaleza, sus raíces, su veracidad y las
razones que nos han traído hasta este lugar común que son “los jóvenes de hoy
en día”.
A lo largo del presente artículo trataremos de desentrañar los secretos
de este multifacético puzle. Para ello vamos a asomarnos a dos conceptos
fascinantes. En primer lugar, hablaremos de la retrospectiva nostálgica.
Veremos qué mecanismos del pensamiento humano nos arrastran inexorablemente
hacia este sesgo cognitivo.
Seguidamente nos adentraremos en una reacción social habitual conocida
como “pánico moral”, que se agazapa tras muchos de los temores de nuestra
mediana edad y senectud. Lo haremos aportando diversos ejemplos que arropen la
definición técnica y permitan contextualizarla en nuestra realidad actual.
Finalmente, repasaremos los resultados de algunos estudios interesantes
que cuentan con una serie histórica suficiente como para mostrar la evolución
de, al menos, las últimas dos décadas. Esta revisión nos dará una idea de la
realidad social que se dibujaba en ese pasado cercano que parecemos añorar como
al ser mitológico que, en realidad, es.
Los
jóvenes de hoy en día
“La generación de nuestros padres, peor que la de nuestros abuelos, nos
volvió más inútiles, listos para pronto traer una descendencia más corrupta.”
Podría parecer el lamento, con tintes melodramáticos, de un padre o docente
hastiado de tratar con una juventud que no entiende. Y lo es. O, mejor dicho,
lo fue. Así se manifestaba Horacio en sus Odas, en torno al año 20 a.C.
No era, ni de lejos, el primero. Samuel Noah Kramer da cuenta, en su
fantástico libro La historia empieza en Sumer, de un texto sumerio
conocido popularmente como “El escriba y su hijo descarriado”, lo que nos puede
dar una idea del tono y la temática de esta tablilla escrita en caracteres
cuneiformes.
“Piensa en las generaciones de antaño, frecuenta la escuela y sacarás
gran provecho” (Kramer, 1985). Pongamos,
por un momento, en perspectiva esta frase trascrita hace unos 4000 años pero
que, sin duda, habrá sido pronunciada hoy por algún padre en algún lugar del
mundo.
Ninguna civilización ni tiempo pasado que nos haya dejado algún rastro
escrito escapa a la queja sobre la degradación de la juventud (García Herrero,
2018):
El 8 de mayo de 1453, desde Barcelona, la reina se dirigió en dos
ocasiones a los prohombres de Igualada (sotueguer, consellers e prohomes de la vila d’Agualada) para regañarles
fuertemente Señor Jesucristo y no prohibían, o al menos consentían, que en la
procesión que se celebraba el jueves de Corpus Christi fueran hombres desnudos
mostrando sus miembros, precisamente aquellas partes del cuerpo que la propia naturaleza
aborrecía que se enseñaran y las ocultaba. Aún más, los desvergonzados
participantes en la solemne procesión lanzaban cohetes, fuegos griegos y
voladores, lo que disgustaba a distintas personas, especialmente a las mujeres
embarazadas, y además resultaba peligroso porque podían impactar en los paños
que por reverencia y honor al Cuerpo del Salvador eran colocados en las calles
por donde Éste pasaba formando un palio.
Esos jóvenes del pasado, trabajadores, formales, abnegados, cumplidores
de la disciplina y el orden imperante son seres que parecen existir únicamente
en el mundo de nuestra memoria distorsionada, a juzgar por la persistencia
histórica de un lamento que, de ser veraz habría supuesto la extinción de
nuestra especie. Se ha propuesto que esta impresión de constante degradación
con tintes fantasiosos parte de un referente idealizado de nuestra propia
juventud.
Figura 1
"Wiejska szkoła"
de Jan Steen. Circa
1668-1672. Dominio Público. Esta imagen resume, de un modo un tanto
hiperbólico, cómo podía llegar a ser el comportamiento del alumnado en una
escuela de pueblo.
Sin embargo, como podemos apreciar en una multitud de fuentes
históricas, aquello que encontramos irritante en los jóvenes hoy en día lleva
con nosotros, en realidad, desde los albores de la humanidad. En la sociedad
actual, por ejemplo, existe el convencimiento de que la capacidad de
concentración ha descendido de modo notable como consecuencia de la exposición
sostenida a piezas informativas cada vez más pequeñas y autocontenidas, como
los tuits y post en redes sociales. Se asume que el tiempo máximo de
atención se ha visto afectado hasta el punto de limitarse a un puñado de líneas
o unos escasos segundos o minutos. Pero esto dista de ser nuevo.
Para comprobarlo nada como echar la vista atrás y remitirnos a los
escritos de algún autor clásico. Por ejemplo, el celebérrimo Vitruvio. Marco
Vitruvio Polión, conocido por ser el arquitecto de Julio César, fue también un
ingeniero y escritor relevante que pasó a la historia por haber plasmado los
principales conocimientos de arquitectura de su época – entendida esta en un
sentido amplio– en una magna obra titulada De Architectura
o Los diez libros de la Arquitectura. Su popularidad mayúscula se debe
al famoso “hombre de Vitruvio”, una ilustración en la que Leonardo Da Vinci
presenta las proporciones humanas tal y como las describe en esta obra su
autor.
En el libro V de De Architectura, dedicado a los edificios públicos y sus
características, el autor nos advierte que (Vitruvio, 1995):
Además, observo que los ciudadanos están muy ocupados en asuntos
públicos y privados lo que me obliga a escribir con brevedad, sin extenderme,
para que puedan comprenderlo cuando lean estas líneas en los escasos momentos
de descanso. También Pitágoras y los pitagóricos mantuvieron esta opinión. Les
pareció bien escribir sus teorías y sus reglas en unos volúmenes de «estructura
cúbica»: fijaron el cubo como el conjunto de 216 versos, donde cada norma no
sobrepasase tres versos. El cubo es un cuerpo cuadrado cuyas caras tienen una misma
anchura. Cuando se arroja al suelo mantiene una firme estabilidad en la cara
que esté apoyado si no se le toca, como sucede también con los dados que
arrojan los jugadores sobre el tablero. Parece que tomaron la analogía al
comprobar que tal número de versos, como sucede con el cubo, de cualquier forma
que los considere la mente consigue una estabilidad inamovible en la memoria.
Los poetas cómicos griegos, al intercalar el cántico del coro, también
dividieron sus comedias en distintos actos. Así, al dividirlos en partes,
siguiendo la estructura del cubo, con tales intervalos alivian el trabajo de
los actores. Como nuestros antepasados habían respetado este proceder de manera
natural y como yo me di cuenta que debía escribir sobre temas poco habituales y
difíciles de comprender para el gran público, me decidí a escribir en breves
volúmenes para que, con relativa facilidad, pudieran comprenderlo todos los
lectores; así no habrá ningún obstáculo que impida su comprensión.
Es decir, que la necesidad de abordar la información compleja o
relevante mediante piezas textuales breves y concisas no es algo derivado de
los sistemas digitales y las redes sociales. Vitruvio se refería a “nuestros
antepasados” en torno al año 15 a.C. Esto puede darnos una idea acerca del
origen real de dicha necesidad, que habría que situar en la propia naturaleza
humana y nuestra forma de procesar el conocimiento.
De hecho, acaba de publicarse un extenso metaanálisis en la materia (Andrzejewski, Zeilinger y Pietschnig, 2024) con 287 muestras de 179 estudios
diferentes desde 1990 a 2021 provenientes de hasta 35 países, entre los que
destacan, por orden, Alemania, España, EE. UU. y Austria. Uno de sus
principales objetivos era determinar si la capacidad de atención ha crecido o
decrecido con los años.
Los resultados apuntan a una mejoría estadísticamente significativa en
la capacidad de concentración en adultos consistente con la encontrada en otros
estudios anteriores también centrados en la exploración y medida de diferentes
funciones ejecutivas. En niños se aprecia también una posible mejoría, pero
esta no es estadísticamente significativa, tal vez por la limitada potencia del
estudio para dichos grupos de edad. Es decir, la exposición a los dispositivos
digitales e internet no ha reducido nuestra capacidad de atención que, como
hemos visto, ha sido históricamente limitada en términos filogenéticos. Tampoco
es posible afirmar que la mejoría que esta y otras investigaciones encuentran
se deba a la exposición a un mundo hiperconectado por medios digitales, por más
que sea esta una hipótesis plausible. Los estudios disponibles son descriptivos
y, a lo sumo, correlacionales. Pero la mera correlación, como discutiremos más
adelante, no permite establecer relaciones de causalidad y, mucho menos, la
dirección de la misma.
Cómo es posible olvidar que algo que es consustancial a nuestra
cognición nos afecta y lo ha hecho siempre hasta el punto de sorprendernos e
indignarnos en su supuesta novedad es, a buen seguro, uno de los aspectos más
fascinantes de los sesgos cognitivos, responsables últimos de esta curiosa
situación.
La
retrospectiva nostálgica
Las causas últimas de tan peculiar ceguera debemos buscarlas en una
combinación de patrones de pensamiento que nos afectan inexorablemente y que
agrupamos bajo la denominación genérica de “sesgos cognitivos”. Estos sesgos
son interpretaciones apresuradas de las circunstancias del entorno que permiten
al individuo llegar a conclusiones rápidas y altamente operativas para la toma
de decisiones y la regulación de la conducta (Matute, 2019; García Doval,
2022). Por su rapidez y disponibilidad, son útiles en situaciones de urgencia,
en las que no es posible entregarse a un pensamiento analítico y crítico
pausado. Cuando prima la velocidad sobre la precisión los beneficios de los
sesgos cognitivos sobrepasan ampliamente a los riesgos. Además, estos modos de
pensar “por defecto” o predeterminados también son útiles en aquellas
situaciones nimias en las que, de nuevo, prima la operatividad. Tal y como han
puesto de manifiesto los trabajos de Kahneman (2012), una exquisita
consideración de todos los aspectos de una cuestión totalmente menor implica,
por fuerza, la parálisis de acción y decisión de las personas sin aportar, en
la mayoría de las ocasiones, una verdadera ventaja.
Veamos un ejemplo. En la mayoría de las situaciones cotidianas, cuando
dos factores crecen o decrecen de modo coordinado (o aparentemente coordinado)
es porque están relacionados. Así pues, en el día a día, en aquellas decisiones
intrascendentes o perentorias, podemos asumir, por simplificación, que cuando
dos aspectos correlacionan entre sí uno es causa o consecuencia del otro. Pero,
desde un punto de vista científico, cuando el análisis de los orígenes o las
causas ha de ir más allá de lo aparente, debemos tener muy presente que una
correlación, por perfecta que esta sea, no implica, por fuerza, causalidad
(Golding y Rorer, 1972). Dos cosas pueden
correlacionar, por ejemplo, el aumento en el consumo de televisión y el
descenso de la natalidad, sin que el uno sea factor causante del otro.
Simplemente, ambos se corresponden con una situación tecnológica y social
cambiante y la relación, de haberla, deberá buscarse en causas macro con
complejas redes de interrelación e influencias cruzadas. Para poder determinar
un vínculo causal es preciso realizar rigurosos trabajos experimentales
controlados que, en no pocas ocasiones, arrojan resultados contraintuitivos.
Olvidar que la mayoría de nuestras interpretaciones se encajan en un
molde de pensamiento decisorio por el cual toda correlación indica causalidad
puede invalidar estudios y análisis de todo tipo ya que el algoritmo está
sesgado de partida. Del mismo modo que no toda correlación indica causalidad,
no todo tiempo pasado fue mejor sino, simple y llanamente, anterior (Zurbriggen, Jendriczko y Nussbeck, 2021), como recuerdan jocosamente Les Luthiers.
La retrospectiva nostálgica, también llamada retrospección idílica o
retrospección color de rosa (de “rosy retrospection”, en inglés), es la tendencia psicológica a
juzgar el pasado de un modo mucho más positivo que el presente, a mirarlo a
través de unas gafas rosadas que nos devuelven una imagen indefectiblemente
positiva.
La gente tiende a recordar más los sucesos agradables que los
desagradables, a recordar los eventos de un modo más favorable al real, y a ver
el pasado, en general a través de unas gafas rosadas. Aparentes, sobre todo, en
memorias autobiográficas y particularmente para aquella información que es
relevante para uno mismo, los sesgos de memoria positivos emergen desde la
puesta en marcha de mecanismos poderosos enfocados a mantener el bienestar del
individuo (Adler y Pansky, 2020).
Se trata de otro sesgo cognitivo bien estudiado y caracterizado desde la
psicología social puesto que, como hemos mencionado, su presencia histórica es
constante. No obstante, cabría preguntarse por qué esta retrospectiva idílica
nos ayuda a mantener nuestro bienestar. Ahí entran en juego otra serie de
sesgos cognitivos que, como vemos, rara vez actúan solos.
Lo primero que procede mencionar es la importancia que damos a la
integridad y la coherencia entre el pensamiento y la acción y, en este caso
concreto, el valor de la coincidencia entre la imagen que tenemos de nosotros
mismos y las acciones que realizamos. Cuando recordamos nuestro pasado, es muy
posible que acudan a nuestra memoria episodios y acciones que hoy por hoy nos
parecerían cuestionables, inaceptables y que, tal vez, incluso hemos criticado
al verlas personificadas en otros. Es normal.
Quiénes somos y cómo nos comportamos ha evolucionado con el paso de los
años y los cambios en nuestro contexto social y vital. Sin embargo, la idea de
un “yo” pasado haciendo algo que, a día de hoy, nos parece inaceptable o,
cuando menos, poco deseable, es suficientemente desagradable como para que
deseemos evitarla a toda costa. Esa sensación aversiva recibe el nombre de
“disonancia cognitiva” puesto que funciona, en efecto, como la superposición de
dos notas disonantes, carentes de armonía entre sí. El modo más cómodo y rápido
de resolver dicho malestar rara vez pasa por asumir nuestro propio sesgo de
pensamiento. Desde esa actitud, lo lógico sería asumir que la conducta es
contextual y racionalizar que el tiempo cronológico y vital que nos separa de
nuestro yo del pasado ha tenido consecuencias, de tal modo que no podemos
juzgar los hechos del pasado desde los presupuestos del presente (Aronson,
1969; Harmon-Jones, 2019). Pero, en su lugar, con frecuencia optamos por vías
de resolución de esta disonancia mucho más pragmáticas y rápidas, tales como
cambiar nuestro recuerdo. Rara vez se trata de un salto abismal, de un cambio
radical. En general la distorsión de ese recuerdo problemático se produce poco
a poco, con ligeras modificaciones y retoques cada vez que lo traemos de nuevo
a la consciencia.
Esto es posible por el modo en el que funciona nuestra memoria. Tendemos
a creer que opera como un sistema de grabación cuando se parece más a una toma
de apuntes rápidos. Se recogen con precisión unos cuantos detalles y del resto
se conserva poco más que una idea general. Cuando tenemos que reconstruir la
escena, completamos los huecos con nuestro conocimiento general para presentar
una imagen plausible pero no necesariamente exacta. En esa reconstrucción se
añaden y quitan cosas que se guardan de nuevo como integrantes del recuerdo
primigenio. Así, brochazo a brochazo, asemejamos progresivamente nuestras
memorias a la persona que somos ahora, en lugar de a la que éramos entonces
(Ruiz-Martín, 2022). Debe recalcarse, no obstante, que no se trata de un proceso
intencionado o deliberado. Ocurre, como todo en el ámbito de los sesgos
cognitivos, sin que seamos conscientes de ello. De hecho, el sesgo del punto
ciego se encarga de convencernos, de modo diligente, de que son otros los que
tienen sesgada su percepción, pero nunca nosotros mismos (Pronin,
Lin y Ross, 2002). Este es uno de los fundamentos básicos de la retrospectiva
idílica, que dibuja un pasado reciente (hasta la generación de nuestros padres,
docentes, e incluso abuelos) plagado de esos seres mitológicos que son los
“nosotros” que nunca existieron.
El
pánico moral
Podríamos pensar, sin embargo, que la impresión de degradación y
decadencia que experimentamos y que parece asomarnos al abismo, no está causada
por los jóvenes de hoy en día sino por las circunstancias que les rodean. Desde
este marco mental, el problema no estaría en las personas sino en los hábitos y
costumbres, los recursos – mayoritariamente peligrosos e inadecuados – a su
alcance, los entornos sociales físicos y digitales, las reglas éticas y morales
laxas, cuando no perniciosas, y un largo etcétera de características
contextuales que esculpirían un progresivo e inexorable deterioro de su
conducta. En otras palabras, si la conducta es contextual (Froxán
Parga, 2020), las causas han de identificarse en el contexto.
Así, los culpables (o al menos los sospechosos habituales) habría que
buscarlos en las innovaciones y cambios que diferencian la generación presente
de las pasadas, especialmente de la nuestra, puesto que nosotros somos la
medida última de ese juicio moral sumarísimo al que sometemos a nuestra
juventud.
Ya hemos mencionado que, gracias a las gafas de la retrospectiva
idílica, juzgamos nuestro comportamiento pasado como idéntico – al menos en lo
esencial – al presente. A esta visión idealizada debemos añadir un cierto temor
a todo lo nuevo y, en general, a todo aquello que nos haga sentir nerviosos o
inseguros. Dicho recelo afecta de modo desigual a la población, pero es
bastante proclive al contagio social, de tal manera que el miedo corre como la
pólvora entre determinados individuos. Una gran inteligencia o un elevado nivel
formativo no necesariamente actúan como factores protectores (Aronson, 2000).
Sobre estos mimbres, bien conocidos en el ámbito de la sociología, acuñó
Stan Cohen en 1972 la expresión “pánico moral”, en su libro Folk Devils and Moral Panic. Esta
denominación hace referencia a elementos, condiciones, sucesos, personas o
colectivos que se definen como una amenaza para la pervivencia de los valores e
intereses de la sociedad (Cohen, 1972). Este señalamiento público que
categoriza como riesgo o amenaza determinados comportamientos o recursos, por
lo general novedosos, no tendría apenas recorrido si no contase con el apoyo
firme y entusiasta de los medios de comunicación.
El pánico moral seguiría un patrón definido y casi milimétrico. Se elige
un comportamiento –vinculado o no a un elemento innovador– que se aleja de la
pauta conductual socialmente apreciada y considerada como norma cultural y
moral. Normalmente este comportamiento se da en grupos minoritarios o entre
niños y jóvenes, puesto que en el pánico moral hay un innegable factor
generacional.
Dentro de ese comportamiento, que puede estar más o menos extendido, se
busca un elemento, característica o incidente real y saliente, aunque
anecdótico, que sirva de anclaje. Este aspecto es fundamental porque todo
pánico moral tiene un fondo de verdad que le dota de cierta verosimilitud, por
muy improbable que esta sea. Este elemento real se distorsiona y,
progresivamente, con la ayuda de la expansión orgánica y un sutil pero
perceptible efecto del “teléfono estropeado”, se amplifica de un modo absurdo y
brutal.
De este modo, el grupo que exhibe el comportamiento, de por sí percibido
como peligroso para el statu quo, se ve más estigmatizado bien como “los
malos”, bien como “las víctimas”, entrando en el juego de la alteridad y
remarcando el “nosotros” frente a “ellos-los otros”.
Cuando las bases se han sentado, es decir, cuando ya tenemos un grupo de
“otros” que exhiben un comportamiento que no comprendemos y que, por tanto, nos
asusta… cuando ya hemos encontrado un incidente o repercusión anecdótico que
nos sirve como anclaje, entonces entran en juego los medios de comunicación.
Estos actúan como un altavoz que amplificará cualquier minucia hasta
convertirla en un incidente de primera magnitud que precisa de la más rápida y
decidida intervención. Este camino (des)informativo es una huida hacia delante
en la que el incidente original irá mutando de modo lento, pero sin vuelta
atrás. Todo ello va a generar un cóctel lucrativo para los propios medios de
comunicación y para los recién creados expertos en un problema que no es tal, o
que, de existir, poco tiene que ver con la naturaleza que se presenta en las
noticias y debates públicos. El miedo y la ira movilizan una respuesta visceral
y, como consecuencia última, venden.
Pero, no solo los medios y los expertos advenedizos saldrían ganando con
este ciclo, sino que los grupos de poder y control conseguirían así focalizar
la mirada en problemas inexistentes o mal planteados, para los que reclamar
soluciones tendentes a mantener el control y limitar la evolución. De este modo
se lograría desviar la atención de verdaderas cuestiones estructurales que, tal
vez, era necesario modificar o cambiar.
De nuevo, no ha de tratarse, por fuerza, de un proceso intencionado,
aunque en alguna ocasión pudiera serlo. No hay que pensar en conspiraciones
sino en mecanismos sociales basados en el modo de funcionamiento de la
cognición humana (Goode y Ben-Yehuda, 1994).
No debe confundirse el pánico moral con el lógico y deseable principio
de precaución (Cranor, 2004) que, en ámbitos como la
medicina, la salud pública o la protección medioambiental ha protegido a la
población frente a decisiones precipitadas basadas en evidencias preliminares,
someras o pobres. El principio de precaución se fundamenta en un desconocimiento
objetivo, está sujeto a revisión constante, huye del catastrofismo y busca ser
confirmado o refutado mediante la mejor evidencia científica disponible. El
pánico moral, por contra, se sustenta en la emotividad y es refractario a la
acumulación de datos que pudieran desmentirlo.
Huelga decir que esta retórica fundamentada en inexactitudes, medias
verdades, manipulación de datos y abuso de los casos anecdóticos y el lenguaje
emotivo, tiene un recorrido bastante corto. Es muy complicado mantener una
ilusión de conflicto y temor sobre unas bases tan racionalmente endebles. Por
este motivo, la vida de los pánicos morales es corta. Cabe señalar, no
obstante, que no desaparecen sin más, sino que son reemplazados por un nuevo y
perentorio motivo de preocupación que desdibuja al anterior y lo hace
languidecer durante un tiempo largo e indeterminado.
El caso de pánico moral que Cohen analizaba en su libro es el del
enfrentamiento entre dos bandas rivales, los mods y los rockers. En un principio ambas tribus urbanas tenían
un buen entendimiento y una relación cordial. La sociedad en general los miraba
con recelo y no los comprendía, pero vivían tranquilos en los márgenes. Sin
embargo, un incidente menor fue presentado en la prensa como el inicio de una
guerra entre ellos. La bola fue creciendo en la avalancha mediática hasta que,
en efecto, mods y rockers llegaron a
ser bandas enemigas acérrimas. El pánico moral no solo distorsionó una
situación, sino que creó un problema donde, en realidad, no lo había. No se
trata, ni mucho menos, del primer caso de la historia.
En la actualidad vivimos instalados en la retórica de los peligros de
internet y su universo digital adyacente (videojuegos, redes sociales, etc.)
para las jóvenes generaciones porque, como señalan Marciales y Cabra (2011):
El interés que despierta el tema de los riesgos en Internet para las
nuevas generaciones tiende a convertirse en un mito cuyas realidades y
evidencias no siempre son objeto de análisis profundo. […]
Los dilemas que experimenta la actual sociedad frente a los beneficios y
riesgos de los nuevos medios, constituyen una cuestión propia de la historia
que vivimos. Sin embargo, el grado de complejidad de lo que acontece en los
distintos ámbitos sociales alerta sobre la necesidad de una mirada no
reduccionista desde la investigación, así como la necesidad de hacer
intervención sobre la relación Internet-niños y adolescentes. […]
Las manifestaciones de pánico moral no logran establecer relaciones
adecuadas para explicar los efectos e interacciones de los medios con las
nuevas generaciones y, por lo general, se demoniza el medio por su potencial
negativo, sin tener en cuenta evidencia sobre su impacto en la estructura
familiar o la intervención de factores sociales, psicológicos, económicos,
políticos e incluso de mercado, en tales impactos.
Pero este pánico moral no viene sino a sustituir a predecesores insignes
como aquel que se proclamó hace algo más de una década, cuando en muchas
escuelas del Reino Unido se prohibieron las cartas Pokémon porque los chavales
se pasaban los recreos cambiándolas, e incluso lo hacían a hurtadillas durante
las clases, lo que generaba innumerables problemas y restaba tiempo para
impartir el currículo.
Los juegos de rol, a principios de los años 90, fueron objeto de un
exacerbado pánico moral luego de que una serie inconexa de desapariciones,
suicidios y asesinatos, totalmente anecdóticos, a lo largo y ancho del planeta,
se relacionasen con su práctica por parte de adolescentes con poco gusto por
las fiestas nocturnas y la diversión de moda. Se decía que podían desatar
episodios psicóticos, generaban una disociación de la realidad y enseñaban
satanismo, entre otras lindezas. No deja de ser curioso que aquellos mismos
juegos de rol que se veían como una amenaza flagrante a la salud física y
mental de la adolescencia, sean la solución que se propone para reducir el
tiempo de esta en internet. Si algo hemos de reconocerle a aquellos fatídicos
episodios es el gran empuje que supusieron en la popularización de los juegos
de rol. Las ventas se multiplicaron y la comunidad de jugadores creció de un
modo sin precedentes al ser conocidos por el gran público.
Todo aparato que se haya incorporado a nuestras vidas tuvo su
correspondiente momento de gloria en el podio de los pánicos morales. Así
ocurrió con los ordenadores personales mucho antes de internet, los
reproductores de vídeo y hasta los walkman.
Los cómics también fueron vistos como una fuente de degradación moral de
la infancia y la juventud. Todo pareció comenzar cuando el psiquiatra Fredric Wertham publicó en 1954 un ensayo superventas titulado “La
seducción de los inocentes”. En él presenta los cómics como una forma menor y
casi degenerada de literatura que enseña a la infancia y juventud los más bajos
comportamientos. A lo largo de sus páginas establece una relación directa y
unívoca entre los cómics y la delincuencia juvenil. El libro encontró un
terreno abonado entre aquellos que habían visto proliferar, con cierto
disgusto, los cómics como material literario de primera elección entre amplios
sectores infanto-juveniles.
No era el primer intento de Wertham de
convertir en “enemigo público número uno” un elemento de la cultura de masas
(Pérez, 2009). Unos diez años atrás había publicado “Dark
Legend”, el relato de un caso clínico de un joven de
17 años convertido en asesino, a su juicio, debido a los seriales radiofónicos,
el cine y los tebeos. Pero en esta ocasión afinó mejor y dio a la ciudadanía y
los medios aquello que necesitan oír (Wertham, 1954):
El cómic estimula sexualmente a los niños. Este es un hecho elemental de
mi investigación. Una y otra vez, tanto en las imágenes como en el texto, e
incluso en los anuncios, se dirige la atención hacia caracteres y actos
sexuales [...]. Hay niños –e incluso adolescentes como se colige de nuestras
investigaciones- conmocionados por este sexualismo.
Esto no es libre desarrollo de los niños sino estimulación sexual con intención
de seducir.
Uno de los más socorridos afrodisiacos mentales del cómic es el de
dibujar los pechos de las chicas de manera que resulten sexualmente excitantes.
Siempre que es posible sobresalen y se imponen. O bien las chicas se muestran
con ropas sueltas o en salto de cama perfilándose sus regiones púbicas con
especial cuidado y sugerencia. [...] Se trata de una forma de fetichismo.
El pánico moral en torno a los cómics tiene ya todos los elementos de su
versión moderna: un producto aparentemente divertido y con tintes inocentes;
una infancia víctima de un producto malvado, diabólico; una adolescencia
peligrosa; sexo, violencia, maldad y adicción. Fue un éxito rotundo. Se formó
una comisión en el Senado de los Estados Unidos y los representantes escucharon
con gran preocupación el escenario dantesco que aquel reputado psiquiatra
dibujaba ante ellos. La industria se “autorreguló” en el Comics Code Authority, que certificaba
los cómics con contenido apropiado mediante un sello en su portada, actuando
como un censor de facto. Como puede sospecharse, esta censura permitió eliminar
todo aquello que incomodaba a los grupos de poder bajo la apariencia del “bien para
la infancia”.
Antes que los cómics, los enemigos que amenazaban la cultura y la
sociedad tal y como la conocemos fueron las películas, la radio, la literatura
en general, el ajedrez y casi cualquier inquietud que parezca divertir y
entretener a sectores no mayoritarios o minorizados de la sociedad.
Mención específica merece la televisión. El pánico moral que la sitúa en
el centro de todos los males es de una recurrencia y persistencia envidiables.
Desde su llegada a los primeros hogares hasta la actualidad, no ha habido una
sola década que no haya vivido algún episodio de intensa preocupación y
designios apocalípticos. Para ejemplificarlo nada mejor que el libro de Marie Winn The plug-in drug. Television, Children, and the Family,
publicado en 1977 y actualizado en 2002 con el nuevo subtítulo de Television, Computers
and Family Life. Un
pánico expandido para adaptarse a los nuevos tiempos.
Figura 2
Versión original y actualizada del libro The plug-in drug, de Marie Winn.
Son muchos los autores (Victor, 1998) que
trazan esta pauta de miedo irracional socializado hasta, al menos, el pánico
por la brujería y la caza de brujas que en el s. XVII tuvo como resultado
episodios tan trágicos como los juicios de Salem en EE. UU. o Zugarramurdi en
España. Sin embargo, una lectura detenida del Fedro de Platón nos
muestra cómo los recelos que hoy proyectamos sobre los dispositivos digitales
llevan con nosotros toda nuestra historia y, probablemente, sean
consustanciales a nuestra naturaleza. En este fragmento Teut
(Thot, dios egipcio inventor de la escritura) presenta al rey Tamus sus diversas invenciones. Al llegar el momento de
explicar las bondades de la escritura, indica que “esta invención hará a los egípcios más sabios y servirá a su memoria; he descubierto
un remedio contra la dificultad de aprender y retener”. Pero el rey Tamus, un trasunto del propio Platón responde (Platón,
1871):
Ingenioso Teut, respondió el rey, el genio que
inventa las artes no está en el caso que la sabiduría que aprecia las ventajas
y las desventajas que deben resultar de su aplicación. Padre de la escritura y
entusiasmado con tu invención, la atribuyes todo lo contrario de sus efectos
verdaderos. Ella no producirá sino el olvido en las almas de los que la
conozcan, haciéndoles despreciar la memoria; fiados en este auxilio extraño
abandonarán a caracteres materiales el cuidado de conservar los recuerdos, cuyo
rastro habrá perdido su espíritu. Tú no has encontrado un medio de cultivar la
memoria, sino de despertar reminiscencias; y das a tus discípulos la sombra de
la ciencia y no la ciencia misma. Porque cuando vean que pueden aprender muchas
cosas sin maestros, se tendrán ya por sabios, y no serán más que ignorantes, en
su mayor parte, y falsos sabios insoportables en el comercio de la vida.
Debe señalarse, no obstante, que la conceptualización del pánico moral
ha evolucionado desde el trabajo original de Cohen, en buena medida como
respuesta a las apreciaciones y críticas que, desde ámbitos
como la sociología y la criminología, se han realizado al constructo. Algunos
autores, como Jewkes (2011), han puesto en cuestión la
pertinencia del término moral, en tanto que otros, como Hall (2012), aseveran
que, si esta reacción social existe, su resultado es justo el opuesto al
pánico. Su razón de ser sería la de facilitar certezas (reales o no) y una
sensación de control del entorno que reduzca la ansiedad de la ciudadanía. En
resumen, con numerosas matizaciones sobre la propuesta original, parece que no
podemos evitar caer en el pánico moral.
Cómo
hemos cambiado
Para concluir, hagamos un repaso rápido por algunas métricas que
permitan dibujar la situación en nuestro país en los últimos 20 o 30 años, el
lapso típico que define a una generación. Si la impresión de decadencia es
cierta, si los jóvenes de hoy en día son peores que nosotros, sin duda los
estudios longitudinales podrán aportar muestras de dicha degeneración. En caso
contrario, la retrospectiva nostálgica y el pánico moral estarán empañando las
gafas con las que miramos al pasado e interpretamos el presente.
TIMSS
Estas son las siglas del Estudio Internacional de Tendencias en
Matemáticas y Ciencias (Trends in
International Mathematics and Science
Study, en inglés). Está promovido por la
Asociación Internacional para la Evaluación del Rendimiento Educativo (IEA, International
Association for the Evaluation
of Educational Achievement,
en inglés) y nuestro país participa desde el año 1995. En aquel primer estudio
estatal (López y Moreno, 1997) participó alumnado de 7º y 8º de Educación
General Básica (EGB), aunque en la actualidad lo hace alumnado de 4º de
Educación Primaria. El último estudio realizado tuvo lugar en 2023 pero sus
resultados todavía no han sido publicados, así que tomaremos los
correspondientes a 2019.
De acuerdo con el Ministerio de Educación y Formación Profesional
(2020), “Las puntuaciones medias estimadas se expresan en una escala con un
punto de referencia central, fijado, en 1995, en 500 puntos, que permanece
constante en los diferentes ciclos del estudio”.
No es posible hacer una comparativa entre los resultados de 1995 y los
de 2019 puesto que las edades son radicalmente diferentes, no obstante, sí que
puede notarse que la puntuación para 7º y 8º de EGB para Matemáticas era de 448
y 487 respectivamente. Ambos por debajo del punto de referencia. Sin embargo,
en 2019 la puntuación es 502, ligeramente por encima del punto central.
PISA
Bajo estas siglas se encuentra el Programa para la Evaluación
Internacional de los Estudiantes (Programme
for International Student Assessment,
en inglés), liderado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económicos (OCDE) y que se aplica en la actualidad en más de 80 países. Se
realiza cada tres años y España ha participado desde su primera edición en el
año 2000. Los últimos resultados disponibles corresponden a la edición de 2021
y que fue aplazada a 2022 por la pandemia por Covid-19. La prueba evalúa de
modo directo las competencias en Lengua, Matemáticas y Ciencias, aunque obtiene
también multitud de métricas secundarias mediante analítica y procesado de
datos. Cada edición se centra en una de estas competencias centrales por lo que
los resultados trienales no son directamente comparables entre sí.
No procede, por su extensión, realizar una comparativa exhaustiva de la
evolución entre la edición del año 2000 y la correspondiente a 2022. Tampoco es
esto posible de modo directo puesto que las ediciones no pueden compararse
entre sí. Vamos a tomar, como referencia básica y a efectos meramente
ilustrativos, las puntuaciones españolas en las tres competencias con respecto
a la media de la OCDE en cada una de las dos ediciones analizadas para que
veamos nuestra situación con respecto a un marco geográfico mayor.
En el año 2000 (Pajares Box, 2005) la media de la OCDE fue fijada en 500
puntos en los tres dominios, quedando los resultados españoles
significativamente por debajo con 492 puntos en Lectura, 476 en Matemáticas y
490 en Ciencias.
En el año 2022 (Ministerio de Educación, Formación Profesional y
Deportes, 2023) la media de los países de la OCDE fue de 476 puntos en Lectura,
obteniendo España 474, una diferencia no significativa. En el caso de Ciencias
la puntuación media de la OCDE fue de 484, siendo la puntuación española un
punto superior (485), aunque tampoco se trata de una diferencia significativa.
Lo mismo ocurre con Matemáticas, con 472 puntos de media en la OCDE frente a
473 en España.
Es decir, la distancia de nuestro país con respecto a la media de la
OCDE se ha reducido de modo estadísticamente significativo.
Variables educativas de la Encuesta de Población Activa (EPA)
De acuerdo con la explotación secundaria de las variables de la Encuesta
de Población Activa (EPA) incluidas en la base de datos estadística del
ministerio competente en materia educativa (EducaBASE,
s.f.), tanto nuestro país como los de nuestro entorno han experimentado en las
últimas dos décadas un descenso significativo del abandono escolar temprano. En
la Europa de los 27 pasó del 16,9 en 2002 al 9,6 en el año 2022. En España, por
su parte, el descenso para el mismo periodo supuso bajar del 30,9 al 13,9.
La población joven (15 a 29 años) que ni estudiaba ni trabajaba
representaba el 15,2% en la U.E. y el 15,9% en España en 2002. Estos números se
han reducido hasta el 11,7% y el 12,7% respectivamente en 2022.
En el año 2004 la población española entre 25 y 64 años que tenía
únicamente estudios correspondientes a educación secundaria de primera etapa o
inferior era del 54, 6% en tanto que en la U.E. ascendía al 32%. En el 2022 el
porcentaje asciende al 35,8% en España y el 20,5 para la media europea. En el
caso de la educación superior, por su parte, se han invertido las tornas. El
porcentaje de personas con este nivel educativo en la UE era en 2004 de un
20,9%, ascendiendo a un 34,3% en 2022. En España, la población con estudios
superiores era en 2004 del 26.7%, pero en 2022 suponía ya el 41,1%.
En resumen, la población cada vez estudia más, su rendimiento mejora de
modo lento pero sostenido y, como consecuencia, el nivel educativo medio de la
población sube, por mucho que esto contraste con el sentir de no pocas
personas.
Conclusiones
La acción conjunta de la retrospectiva nostálgica y el pánico moral
suponen la fuerza motriz suficiente para dar vida a los miedos sociales y
culturales que, de modo recurrente, azotan a nuestra infancia y adolescencia.
Esta se ha visto sometida ya a tantas debacles no consumadas, que podemos
asegurar que procede tomarse las amenazas que vemos proliferar en las redes
sociales y medios de comunicación, al menos, con relativa cautela.
La educación no está en jaque ni se ve aquejada de mayores achaques que
los que ha vivido, de modo constante, a lo largo de toda su historia. Es cierto
que todos los pánicos morales se asientan en algún sustrato verdadero, aunque
fuertemente distorsionado. Por eso, la actitud no puede ser de alarmismo y
urgencia, pero sí de control y vigilancia sosegada. Al fin y al cabo, todo
comportamiento o innovación puede tomar más de un camino y nos interesa
favorecer aquellos que tienen un aporte positivo en el ámbito educativo, en
tanto que coartamos y minimizamos los que supongan riesgos inherentes
inasumibles o innecesarios.
La perspectiva histórica nos permite colegir que, pese a las
apocalípticas impresiones generalizadas, la cultura, la sociedad y la escuela
progresan. Nuestra juventud no es peor de lo que fuimos nosotros o nuestros
padres sino, más bien, todo lo contrario. Esto tampoco puede llenarnos de
complacencia e instalarnos en la dejadez. Es nuestra función proyectar sobre
los comportamientos y hábitos socioculturales, sobre las innovaciones y sobre
todo aquello que potencialmente afecte a nuestro devenir como sociedad, un sano
escepticismo y un pensamiento crítico responsable y científico. Pero, pese a lo
que pueda parecer, la juventud ha mejorado; la educación ha mejorado; como
sociedad, hemos mejorado, de modo lento pero inexorable. Y, tal vez, esta sea
la conclusión más difícil de asimilar.
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