Érase una vez una evidencia

Crónica de la primera edición de Las pruebas de la educación celebrada en Madrid

Érase una vez… en el País Vasco, un congreso tan oportuno y tan útil, y tan bien recibido en Bilbao y en Donostia-San Sebastián, que muchos pensaron que tenía que viajar a más lugares. Así que la Cátedra de Cultura Científica y la Fundación Promaestro nos pusimos de acuerdo y, con la ayuda de EduCaixa, lo trajimos a Madrid. Un centenar de personas con espíritu crítico y bien informadas llenaron el pasado 2 de abril la modesta y acogedora sala de CaixaForum en la que se celebró. Esta es la crónica de Las pruebas de la educación (los vídeos de las ponencias completas están al final de la página).

Las palabras adecuadas

Juan Lupiáñez en Las pruebas de la educaciónAsí como toda (buena) historia tiene un (buen) principio, toda (buena) práctica tiene un (buen) fundamento. Un fundamento, una justificación, una razón, una prueba. Lo más importante es que nuestras prácticas educativas estén sostenidas por evidencias científicas. Su nombre da igual… ¿o no?

Que algo lleve el prefijo «neuro» no significa que contenga más verdad, pero –apostillaba el profesor Juan Lupiáñez en su ponenciala neurociencia le presta estatus a la psicología”. Sorprendentemente, aportaciones teóricas ya clásicas de la psicología son tenidas más en cuenta por el público cuando provienen de la neurociencia. El catedrático de la Universidad de Granada presentó estudios que demuestran que la gente comprende y recuerda mejor aquellos datos y teorías en los que aparecen términos e imágenes relacionadas con el cerebro.

Es decir, que las palabras también importan y, precisamente por eso, tenemos que ser especialmente cuidadosos con ellas y evitar que nos obnubilen: ¿Cuántos siguen creyendo en neuromitos, en el brain gym y en la teoría del cerebro derecho e izquierdo, por ejemplo? ¿Cuántos hablan de educar al cerebro y olvidan que el objetivo de la escuela es educar a la persona? Entender el cerebro, repetía el ponente, “es mucho más complicado que entender el comportamiento, que ya es complicado”, y además “éste no es una máquina: no podemos cambiar sus conexiones como cambiamos las bujías de un coche”.

Es muy recomendable escuchar a los neurocientíficos –afirmaba en su conclusión Lupiáñez– pero, en lo que se refiere a evidencias educativas, “siempre es mejor ampliar su búsqueda más allá de un solo campo”.

Marta Ferrero en Las pruebas de la educación

Palabras y evidencias: si alguien tiene autoridad para hablar sobre esto, esa es Marta Ferrero. En su ponencia, la investigadora de la Universidad de Deusto nos hizo experimentar, “oligodendroglia” mediante, cómo un lector inicial puede aprender con éxito una nueva palabra: exponiéndose repetidamente a ella en contextos diversos y recibiendo información sobre su morfología. Y es que sobre cómo enseñar a leer a los niños, “la evidencia es robusta: el método más eficaz es aquel que explica la relación entre las letras y los sonidos”.

Por tanto, el método fonético es mejor que el famoso método global, y lo es por una cuestión de justicia social, según indicó la ponente: “la mayoría de los niños aprenden a leer con cualquier método, pero hay una pequeña parte de los niños que solo aprenderán a leer correctamente si se les enseña con el método fonético. Por el contrario, con el método global algunos niños convertirán el acto de leer en un acto de adivinar”.

Ferrero se despidió dando unos consejos para conseguir que los más pequeños se conviertan, en un futuro, en buenos lectores: llenad el aula (y la casa) de libros; cuidad las bibliotecas escolares y visitadlas; enseñadles las partes de un libro; haced lecturas compartidas; dejad que sean ellos los que elijan qué leer (y si quieren leer el mismo libro diez veces, que lo hagan); y, por último, recordó que “no pasa nada porque un niño salga de la etapa de infantil sin saber leer. A veces, dejando pasar el verano, esos niños van a aprender a leer con mucho menos esfuerzo. No los machaquemos; disfrutemos leyendo con ellos y convirtamos la lectura en algo placentero”.

La tecnología (in)necesaria

Pablo Garaizar en Las pruebas de la educaciónUn poco más desalentadoras son las evidencias que Pablo Garaizar nos presentó sobre el uso (y abuso) de la tecnología en las aulas. Muchas veces asociamos los buenos resultados a la supuesta bondad de una metodología cuando, en realidad, dichos resultados se explican mejor atendiendo a otros factores, principalmente al nivel socio-económico de las familias de los alumnos. Es lo que suele ocurrir con las apuestas tecnológicas en educación: “el tiempo de pantalla no se puede medir «al peso» y las pantallas se usan de manera diferente en unos contextos y en otros«, por lo que tampoco es igual el aprovechamiento de la tecnología en unas familias y en otras.

Ciertos programas innovadores y conocidos, como Escuela 2.0, no han funcionado y, en todo caso, los efectos positivos encontrados en ellos se suelen limitar “al uso moderado de las TIC a la hora de hacer los deberes, es decir –matizó el profesor de la Universidad de Deusto– a usar la tablet o el ordenador una o dos veces al mes”.

A la pregunta de si merece la pena invertir en tecnología para mejorar la educación, la respuesta de Garaizar fue igual de clara: “los principales estudios muestran que un poco de tecnología es bueno, pero mucha no ayuda e incluso puede empeorar la educación”. Lo que sucede, reconocía el ingeniero informático, “es que la educación es un sector económico muy jugoso”, y las empresas tecnológicas están introduciéndose en él valiéndose de los maestros y de los deseos de las familias. En respuesta a esta deriva, el investigador quiso cerrar su ponencia con un recordatorio: “la educación no es un producto, los estudiantes no son nuestros clientes, los profesores no somos herramientas y la universidad no es una fábrica de titulados”.

La motivación deseada

Juan Pedro Núñez aportó en su ponencia más evidencias sobre el incierto recorrido de muchas tecnologías en las aulas, debido a los procesos de habituación a los que está sometida la atención. En otras palabras: usar un día las tablets en el aula es divertido y funciona, pero si las usas todos los días es imposible que tengan el mismo efecto. Por otra parte, explicaba el profesor de la Universidad Pontificia Comillas, “el interés que debería tener el sistema educativo es educar personas con motivaciones a largo plazo. Motivar a corto plazo es muy sencillo«.

Juan Pedro Núñez en Las Pruebas de la EducaciónHemos pasado en muy poco tiempo de un sistema educativo “cuyo lema era «la letra con sangre entra», donde la memorización pasiva, el esfuerzo por parte del alumno y el ejercicio de la disciplina por parte del profesor eran los elementos básicos, a un sistema cuyo lema es «divertirse aprendiendo», que promueve la creatividad como competencia principal y que deja al profesor la labor de conseguir que los alumnos estén eternamente motivados”. Además de que esto último supone un esfuerzo ímprobo, el acelerado cambio de sistema ha traído nuevos mitos, creencias y mantras educativos que se repiten sin cesar, y Núñez era tajante al referirse a uno de ellos: Miente quien dice que «todo el mundo es capaz de hacer cualquier cosa» y educar sobre falsedades no es educar. “¿Entrenamos para la frustración en el aula?”, se preguntaba el psicoterapeuta al hilo de esta cuestión, incidiendo en que “para que alguien pueda soportar el frio, tiene que pasar frío. Del mismo modo, para que alguien sea capaz de gestionar su frustración tiene que padecer frustración. Y en un contexto controlado y educativo es donde una persona mejor puede aprender a gestionar su frustración”.

Sin embargo, subrayaba el ponente, «la «frustración» es una palabra maldita que no aparece nunca en la investigación aplicada”. Así, en sus conclusiones, Núñez coincidía también con Juan Lupiáñez al recomendar buscar evidencias en diversas áreas: «los últimos artículos de un campo concreto no nos van a abrir los ojos a todo lo que se sabe de un proceso o realidad compleja«.

¿Un buen final?

Desde la Fundación Promaestro, queremos dar las gracias al resto de organizadores y colaboradores y, especialmente, a todos los asistentes de Las pruebas de la educación, por su compromiso con una educación guiada por las evidencias. También queremos hacer nuestro el mensaje que lanzó Marta Ferrero al final del acto, en el coloquio: “No les bailemos el agua a los gurús educativos; nosotros, los maestros, somos los mejores expertos porque tenemos las mejores evidencias. Y si sentimos que no es así, si sentimos que no tenemos suficientes evidencias o suficiente formación, exijámosla”.

Esta crónica ha sido solo el principio de un cuento que queremos contar más veces. Y es verdad que nada garantiza, ni en el arte ni en la educación, un buen final. No hay fórmulas mágicas para las obras maestras ni para las obras de las maestras. Pero… ¡qué menos que empezar por un buen principio! ¡Qué menos que aprovisionarnos con las mejores evidencias disponibles!

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